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Euntes ergo docete omnes gentes.

Euntes ergo docete omnes gentes.

Id, pues, y haced discípulos en todas las naciones. (Mt 28, 19) Extraído de los versículos finales del evangelio de San Mateo, el lema de las Jornadas Mundiales de la  Juventud de Río de Janeiro reza así. Cuando el miedo embargaba a los discípulos, a todos los seguidores de Cristo, la esperanza de la Resurrección, tal como había sido anunciado, llega en ese momento. No es solitario el hecho, viene acompañado de un mensaje, el mensaje de desterrar de ese grupo de hombres y mujeres que habían sido fieles hasta el mismísimo pie de la cruz, de ese miedo. El mensaje es claro. Evangelizar los pueblos, las naciones del mundo. Ir por todas las tierras y a través del propio testimonio, difundir la palabra del Maestro.

Parecerá difícil extrapolar la empresa de evangelizar el mundo conocido para esas gentes, pocos, y medios aún menos, a la actual empresa que la Iglesia confía a la nueva generación, la generación de las multitudinarias jornadas mundiales de la juventud, una generación en peligro pero con un marcado sentimiento de responsabilidad adquirida ante los modernos desafíos que acechan a la Iglesia. La transformación del concepto de pequeña nación y marcadas costumbres al concepto de gigantescos Estados-nación modernos globalizados y casi despojados de identidad ha ido pareja a la propia historia de la Iglesia. La tarea es mayor pero los medios son infinitos en estos tiempos. Esta generación está preparada a nivel social y a nivel individual para afrontar el reto. Es fuerte como grupo y es fuerte por cada uno de sus miembros, a la vez es responsable de fundar esa fortaleza en las gentes que desean contribuir a la tarea de la Iglesia, propagando así, el sentido misional que proclama el decreto ‘’Ad gentes’’ en el Concilio Vaticano II, siendo la siguiente cita textual en su proemio: ‘’Obligación de sus sucesores es dar perpetuidad a esta obra para que «la palabra de Dios sea difundida y glorificada» (2 Tes, 3,1), y se anuncie y establezca el reino de Dios en toda la tierra.’’ A la vez, de esta generación los que poseen esa fortaleza en la fe, son capaces de transmitir ese brío y vitalidad al resto de la juventud católica en compromiso con la Iglesia y su labor pastoral. Así, la relación entre pastoral y actividad misional es clave para entender cómo el testimonio de una Iglesia unida, unos jóvenes edificados en una potente fe, es también una pieza fundamental para perpetuar y validar esta misión. Una generación fuerte, pero como decía arriba, amenazada por los peligros que la actual sociedad plantea a los jóvenes.

Una imagen, buscadla. Cuatro Vientos, Jornada Mundial dela Juventud en Madrid. Año 2011. Esta generación no es débil, ni ha de estar desapegada dela Iglesia por pura (y falsa) creencia de que la nueva generación católica es independiente. Se ve, se aprecia y sólo somos capaces de aceptar la realidad ante el miedo que infunde el rechazo de ser defensores de esa institución que gobiernan ‘’los curas’’. Esa institución la hace todo católico, y su misión pertenece a todos. De Cristo para los hombres a través de sus obispos. No tengamos miedo de hacer frente a las imposiciones ideológicas y seamos conscientes de que esta generación conoce perfectamente el reto y sus dificultades. Se puede hacer Iglesia entre todos, porque la Iglesia no es sorda a los requerimientos que también tiene esta generación en el seno de la institución para afrontar el futuro. No habrá una gran Iglesia universal abandonando la vida en ella, habrá una gran Iglesia permaneciendo fiel y con el aporte individual, y de cada sujeto en su grupo y los grupos católicos aunando la fuerza sumatoria de todos los sujetos para fortalecerla Iglesia que no obvia estos requerimientos. Para obtener un futuro seguro de la Iglesia es crucial mantener una misión evangelizadora constante y una pastoral juvenil incansable y en constante ajuste a los retos sociales a los que se enfrenta. Hay que consolidar la idea del aporte individual que somos capaces de ofrecer a esta tarea cada joven católico, y desterrar la idea de que la misión pertenece exclusivamente a los sacerdotes, porque así estamos dejando de hacer Iglesia entre todos. Como me decía un joven sacerdote hace unas semanas: ‘’No hacen falta más sacerdotes, hacen falta más cristianos’’

No es un disparate ni una insensatez afirmar que la sociedad actual padece un conflicto de valores en constante enjuiciamiento en cualquier tipo de foro ciudadano, público o privado. Centrados únicamente en la sociedad española, cerrando el conflicto a un ámbito cercano y más plausible para el entendimiento ordinario y cercano a nuestra comunidad, es también fácilmente ostensible incluso en el transcurso cotidiano de las circunstancias en las que son identificables los signos de esto. No pretendo crear una idea acerca de que el cambio es tendenciosamente negativo, si el conflicto se produce por las posturas encontradas ante tal o cual cambio, replanteamiento de cualquier valor social o introducción de novedades a la amalgama de valores sociales. Partiendo de esta premisa, no considerando el cambio como negativo ni positivo a priori, podemos extraer que nuestra sociedad española padece un conflicto de valores manifiesto. Somos parte de una sociedad que se plantea cualquier cambio o cualquier introducción de una nueva concepción ética a sus valores sociales. La ética individual forma opiniones en cada individuo que tiene múltiples medios para difundir su personal y único parecer acerca del conflicto concreto planteado. Los grupos afines, ya sea por puro acercamiento de posturas espontáneamente o por influencia de organizaciones o sociedades con unas posturas preconcebidas que influyen en el parecer final del individuo, hacen fuerza mediática para difundir su propensión hacia la resolución del conflicto de valores planteado. No es esto algo propio de esta época, la propia historia dela Iglesia ha padecido las diferentes etapas de cambio, teniendo que amoldarse paulatinamente a la fuerza social, la institución se acerca al momento social pero prevalece su identidad a través del tiempo. La sociedad siempre está en continuo cambio y en continua discusión, en lo que a veces parece un conflicto hobbesiano de guerra todos contra todos (bellum omnium contra omnes) que puede ser hasta capaz de afectar a la paz social. Podríamos decir que esta generación de las redes sociales y las nuevas tecnologías está  inmersa en un momento delimitable de linde entre dos momentos históricos y a partir del cuál el cambio puede ser irreversible.

Esta generación joven católica es muy consciente de su pertenencia al grupo y es claramente visible esta pertenencia para el resto, a partir de los dos criterios de identificación del psicólogo social británico Henri Tajfel. A partir de esto, el joven católico debe contribuir a la continuidad de la Iglesia desde dentro de la institución. Conscientes todos del mencionado momento que tiende al conflicto brutal y continuado de valores, se puede con este sentimiento de grupo que la generación siga la misión evangelizadora y pastoral como esos pilares para la continuidad, continuidad que no ha de afectar a la identidad de la propia Iglesia. Es importante que esta nueva generación no vea el momento actual como una amenaza a su catolicismo sino a través de las experiencias que desde Juan Pablo II se vienen haciendo en las Jornadas Mundiales dela Juventud se afiance el compromiso de todos y la imagen exterior que pueden tener otros sectores.

«Finalmente, es a vosotros, jóvenes de uno y otro sexo del mundo entero, a quienes el Concilio quiere dirigir su último mensaje. Porque sois vosotros los que vais a recibir la antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia. Sois vosotros los que, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas de vuestros padres y de vuestros maestros vais a formar la sociedad de mañana; os salvaréis o pereceréis con ella.’’  Así comienza el mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, encara el futuro dela Iglesia con un papel predominante de la juventud. Finalizado el Concilio, se le entrega a esa juventud de la década de los sesenta en un primer momento la ‘’antorcha’’ del continuo, y lo que se creía el mayor momento de cambio histórico. El cambio histórico no se ha detenido en los tiempos del XXIº concilio ecuménico, han ido aumentando las dimensiones del cambio hasta ahora, a esta generación, probablemente el cambio siga su curso y conforme se fragüe la historia seamos capaces de delimitar los verdaderos momentos de variación histórica, de momento sólo somos capaces de identificar que la sociedad está viva y que esta generación se mueve con ella. Más arriba afirmo que este momento en el que vive la generación de las redes sociales y las nuevas tecnologías es claramente una nueva etapa histórica que comienza en ruptura con la forma de vida que conocimos en el siglo XX, pues no estamos lejos del mensaje conciliar, ese mensaje es perfectamente aplicable a la juventud que le ha tocado vivir la primera Jornada Mundial dela Juventud del Papa Francisco. Este mensaje fue una llamada de los obispos a los jóvenes por el futuro, sin dejar de ser de alguna manera un designio a nivel formal del Concilio. Podría haber sido un mero texto no vinculante, pero gracias a la labor de Juan Pablo II y del cofundador de las Jornadas Mundiales dela Juventud, el cardenal argentino Eduardo Pironio, este texto tuvo su plasmación material en estos eventos que revitalizan ala Iglesia desde cada ciudad que las acoge. De Juan Pablo II a Francisco, y en España con el recuerdo vivo del papa emérito Benedicto XVI, tres papas que han mantenido y perpetuado el mensaje, tres papas que son un referente de esta generación, los papas de la JMJ.

Imaginad ahora a un joven de alguna de nuestras hermandades y cofradías, en una inicial reflexión sobre el alcance a su propia vida cristiana, de esos eventos multitudinarios en los que participa el papa. Hay a quién podría parecerle algo lejano, algo que no se asemeja a la vida cotidiana en el seno de sus propias hermandades. Somos conscientes de que hay una tarea pastoral pendiente de un desarrollo pleno con los jóvenes de las hermandades y que los grupos jóvenes resultan lejanos a las tareas formativas que deben ser primordiales. Aún así, gracias a la JMJ, gracias a las Jornadas de Pastoral Juvenil celebradas en la aldea del Rocío el mismo fin de semana que el Papa se encontraba en Río de Janeiro, he visto a miles de jóvenes comprometidos, entre ellos, un grupo de la juventud cofrade linense junto al padre Juan Enrique, siendo partícipes de esa experiencia. A miles de kilómetros, en comunión con el Santo Padre, gente joven que quería ser partícipe de esa experiencia con Cristo como centro de sus vidas, otro lugar, un mismo corazón. Participé como voluntario de la organización de las jornadas junto a un grupo magnífico de personas que me enseñaron algo que no conocía, el entusiasmo que barre la negatividad con la que enfocaba esta visión de la juventud católica. Hay un mensaje en el fondo, un mensaje que relaciona las jornadas a nuestra labor diaria en las hermandades. El mensaje es que es posible, es posible tener unos jóvenes en nuestras hermandades cercanos a la Iglesia y partícipes de todos los ámbitos que hacen que una hermandad sea algo vivo, algo más que una procesión cada 365 días.

Juan Pedro Mendoza Mejias

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