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LA INOCENCIA PERDIDA

Domingo de Ramos, quién no estrena no tiene manos. Este refrán refiere a la tradición tan española de estrenar en este domingo de religiosidad y a la vez colorido menos espiritual. Quién no tiene manos para trabajar, no tiene galas que estrenar, todo un símbolo de estatus social que puede estar desfasado en estos días. Porque en estos Domingos de Ramos de vacas flacas, no es que muchos no tengan manos sino que no tienen donde emplearlas. A pesar de todo, nuestro compromiso con la cultura heredada hace que sean numerosos los esfuerzos por cumplir esas cosas de siempre. Hay que cumplir otro año más. Habrá que repetir traje pero con corbata nueva.

 Este día luce, o cualquier mañana de la semana, el traje de nazareno recién planchado, colgado de una percha, con mucho »cuidaito», que no se arrugue. Trajes de tallas infantiles que estrenan algo para lo que no hace falta ni trabajo, ni manos empleadas ni viejos refranes. O sí… Que no es poca cosa el gasto en estos días en las familias con varios miembros en una cofradía, bendito gasto. Estos trajes estrenan esa inocencia de quien sólo tiene ilusiones ajenas a preocupaciones o a otras miras de vestir el hábito nazareno. La inocencia también de simplemente salir a la calle con papá y mamá como un pequeño creyente más a ver los pasos en los que va ese hombre siempre lleno de sangre.

La cuestión inquietante viene con la edad, algo a lo que no escapa nadie. Estos niños se hacen mayores y eso de pasear »disfrazados» no va con ellos y su honor dentro de los juicios adolescentes de una pandilla de amigos puede verse seriamente dañado. O  quizás ya no sean tan »monos» para hacerse la foto vestidos con esa ropa. Otros continúan en la hermandad, se hacen costaleros o deciden ser partícipes de los desfiles desde otro prisma menos pueril. La inocencia primitiva del alba de la vida en este mundo de las procesiones va decreciendo de forma proporcional a la edad.

Si el ascenso en la jerarquía de la cuadrilla no prospera pasarán al lado de los costaleros jubilados. Los que decidieron dedicarse a otros menesteres es probable, que si fracasan en algunas pretensiones, abandonen la vida de hermandad, esa de diario y cultual. A veces, se alega la incomodidad del capirote, la dificultad que supone llevar un antifaz y la cara tapada, el esfuerzo de no ver los pasos en la calle de cerca. ¡Qué incomodidad eso de la penitencia!

Ser nazareno o penitente más allá de los motivos de fe y devocionales, es una forma de colaborar con la hermandad y estar junto a los Sagrados Titulares. No importa la edad, si el corazón es joven, será capaz de volver a ataviarse el hábito nazareno y nunca perder esa inocencia.

Juan Pedro Mendoza Mejias 

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